El lector chismoso, pesadilla de los autores

Tenemos el derecho a leer como queramos, empezando por el primer capítulo o por el último, realizando una lectura superficial o profunda, sin ideas preconcebidas o con ellas, aunque siempre es mejor por lo general la primera opción que la segunda, pero lo que no debemos hacer en ningún caso es confundir autor, narrador y personajes, a no ser que el autor nos indique explícitamente que se trata de una autobiografía o unas memorias, en las que, por otra parte, tampoco debemos depositar una confianza total.

Ni las opiniones que pueda mostrar el narrador ni las conductas o pensamientos de los personajes son opiniones, pensamientos o conductas del propio autor. Si no deslindamos claramente estos tres planos, acabaremos denostando una novela y, consecuentemente, jurando odio eterno al autor porque no nos complace lo que leemos. Como le ocurrió a una lectora que, tras descubrir en ‘Rayuela’ una “violación” por parte del personaje principal, Horacio, contra Lucía ‘la Maga’, prefirió no saber nunca nada más de Cortázar, al que imputó tales tropelías. O el caso del protagonista, un narrador en primera persona, de la novela ‘Juventud’, cuya estancia en Inglaterra como estudiante coincidía casi exactamente con la de J.M. Coetzee y, por lo tanto, un lector le imputó al autor la desagradable personalidad del personaje; nunca más quiso leer nada del escritor sudafricano. Los ejemplos pueden multiplicarse.

A veces, el autor se defiende y lanza una diatriba en toda regla contra este tipo de lectores que todo lo confunden. En ‘Una historia de amor y oscuridad’, Amos Oz señala que el mal lector siempre quiere saber “qué pasó realmente”. “Quieren la última palabra, que les ponga en las manos con mis palabras el mensaje subversivo, la lección moral, los bienes inmuebles políticos, la ideología”, aunque a veces se conforman con “la historia que hay detrás del relato”, es decir, los simples chismorreos.

No sólo los lectores hacen cábalas sobre el autor y su “supuesta autobiografía” reflejada en sus libros, sino que entrevistadores y reseñistas profesionales caen con frecuencia en esta mala práctica. Por mucho que Vladimir Nabokov insistiera en que nunca había existido una Lolita ni tampoco un Humbert Humbert, los entrevistadores le hicieron la misma pregunta una y otra vez, pero no solo eso: pretendieron que confesara que él era el mismísimo Humbert Humbert y que Lolita, aunque tuviera en la realidad otro nombre, había sido una de sus víctimas. Incluso se llegó a decir que el romance juvenil de H.H. en La Riviera tenía una afinidad delatora con los recuerdos del propio Nabokov acerca de la pequeña Colette que aparece en ‘Habla, memoria’, un “montaje sistemático de recuerdos personales” según el propio autor. Los críticos se lanzaron como buitres para demostrar que algo turbio rondaba la personalidad del autor desde su más tierna infancia y, pese a que más de una vez Nabokov hizo referencia a la edad de los protagonistas -niños de nueve años que levantaban castillos de arena en la playa de Biarritz sin ninguna intención erótica por parte de ninguno, sino tan solo el ejercicio de su propia fantasía en la que se creyó un caballero andante que salvaría a su amiga de una familia horrible- el equívoco permaneció para enfado del autor.

Nabokov se quejaba de que los lectores tendieran a subestimar el poder de su imaginación y su capacidad de ir creando sucesivos yoes en sus novelas. Esto no quiere decir que los personajes de las novelas surjan de la nada, ni en el caso de una imaginación absoluta ni tampoco en las novelas de género fantástico o de ciencia-ficción. Todos los autores seleccionan y utilizan aquello que le pueda servir para levantar su novela y muchas veces son recuerdos o anécdotas de su propia vida, pero casi siempre transformadas y literaturizadas.

Javier Marías, en ‘Negra espalda del tiempo’ narra la gestación de su novela ‘Todas las almas’ y cómo utilizó su experiencia de dos años transcurridos en la ciudad de Oxford. “Se dice que detrás de toda novela hay una secuencia de vida o realidad del autor, por pálida o tenue e intermitente que sea, o aunque esté transfigurada. Se dice esto como si se desconfiara de la imaginación y de la inventiva” (y en el reproche coincide plenamente con Nabokov). Marías reconoce que esa novela suya invitó a la sospecha de que en ella se contaba su propia vida y “a una casi absoluta identificación entre su narrador sin nombre y su autor”. Y es cierto -continúa- que “ese narrador ocupa el mismo puesto que ocupé yo en mi propia vida o historia de la que guardo recuerdo, pero eso, como muchos otros elementos de esta y de otras novelas mías, era sólo lo que suelo llamar un préstamo del autor al personaje. Poco de lo que en el libro se cuenta coincide con lo que yo viví o supe de Oxford, o solo lo más accesorio y que no afecta a los hechos”, como el ambiente de la ciudad, sus profesores “atemporales”, las librerías de viejo o los mendigos “abismados”. Pero la coincidencia de la información de la solapa de la novela con el hecho de que el narrador fuera español y hubiera dado clases en Oxford fue suficiente para su absoluta identificación, incluso para lectores avisados.

Javier Marías utiliza su experiencia en la ciudad de Oxford como Virginia Woolf hace con Londres y la señora Dalloway, a la que pasea junto al resto de los personajes, por las calles de esta ciudad, por Saint James Park, Bond Street o Regent’s Park un día del mes de junio de 1923 al tiempo que, como en una contradanza, cambia de uno a otro el foco con el que los va iluminando. Ninguno de ellos es la señora Woolf pero muchos tienen algo de ella. En sus diarios, al tiempo que escribe ‘La señora Dalloway’ que, en un principio, iba a llamarse ‘Las horas’, expresa su deseo de hablar en este libro de la vida y la muerte, la cordura y la demencia, del sistema social de su época y reconoce que tiene la impresión de que “puedo incorporar todo lo que he pensado en mi vida”.

Virginia Woolf no es Clarissa, ni ningún otro personaje de la novela pero todos tienen algo suyo. Flaubert escribió que “el artista debe hacer creer a la posteridad que no ha vivido” y Woolf completa esta sentencia señalando que “es un error creer que la literatura pueda producirse partiendo de materiales no elaborados”. Aunque su vida está presente en sus novelas no podemos deducir que tal rasgo o tal otro correspondan a su carácter o a hechos reales. ‘La señora Dalloway’ es una obra genial a la que nada añade conocer los pormenores de la vida de su autora. Sí importa el contexto histórico y social del momento en que fue escrita, en los años veinte del siglo pasado, cuando se vivían las consecuencias devastadoras de una guerra terrible, en el que perduraban el imperialismo británico, la frivolidad y el esnobismo de la clase alta y en que estaban latentes temas como el amor, el matrimonio, la amistad, la enfermedad mental, la psiquiatría y el suicidio.

En sus novelas Amos Oz relata, como hace su admirado Chéjov, la vida de gentes normales, sus ambiciones, deseos y tragedias. Muchas historias transcurren en un kibbutz, como en el que vivió el escritor durante veinticinco años. Pero Oz no es Mijail ni Sumji ni Efraim, aunque sus personajes estén creados a partir de vivencias propias o ajenas y también de lecturas. Lo que revelan los personajes de una novela no son las intimidades del autor, sino precisamente las del lector. “El espacio que el buen lector prefiere labrar durante la lectura de una obra literaria no es el terreno que está entre lo escrito y el escritor sino el que está entre lo escrito y tú mismo (…) Prueba a ponerte en el lugar de Raskolnikov para sentir en tus carnes el terror, la desesperación y la perniciosa miseria mezclada con arrogancia napoleónica, el delirio de grandeza, la fiebre del hambre, la soledad, el deseo, el cansancio y la añoranza de la muerte para hacer una comparación (cuyo resultado se mantendrá en secreto) no entre el personaje del relato y los distintos escándalos en la vida del escritor sino entre el personaje del relato y tu yo secreto, peligroso, desdichado, loco y criminal, esa terrible criatura que encierras siempre en lo más profundo de su mazmorra más oscura para que nadie pueda adivinar jamás la esencia de tu existencia, ni tus padres, ni tus seres queridos, no sea que se aparten de ti con espanto igual que se huye ante un monstruo”.

Lecturas

Julio Cortázar, ‘Rayuela’ (Penguin RH)

J.M. Coetzee, ‘Juventud’ (Penguin RH)

Vladimir Nabokov, ‘Lolita’ y ‘Habla, memoria’ (Anagrama) y ‘Opiniones contundentes’ (Taurus)

Amos Oz, ‘Una historia de amor y oscuridad’, Siruela

Javier Marías, ‘Todas las almas’ y ‘Negra espalda del tiempo’ (Alfaguara)

Virginia Woolf, ‘La señora Dalloway’ (Penguin RH) y ‘Diario de una escritora’ (Lumen)

Nota

Todos los autores citados han escrito sobre el fenómeno literario y otros escritores.

-Julio Cortázar dio un curso universitario de literatura en Estados Unidos y la grabación de trece horas dio origen a ‘Clases de literatura’, Berkeley 1980. Su obra crítica fue publicada originalmente en tres volúmenes: ‘Teoría del túnel’ (1947), textos críticos (1963) y una compilación de escritos posteriores, que suponen un total de casi novecientas páginas.

-De John Maxwell Coetzee, profesor de Literatura en la Universidad de Ciudad de El Cabo, tenemos dos volúmenes de estudios críticos sobre grandes autores, desde Goethe a García Márquez, que llevan por título ‘Las manos de los maestros’.

Vladimir Nabokov impartió cursos de literatura en universidades estadounidenses y sus lecciones fueron reconstruidas a partir de los apuntes que los estudiantes tomaron del maestro y de los que nacieron el ‘Curso de literatura europea’ y el ‘Curso de literatura rusa’.

Amos Oz fue profesor de literatura hebrea en la Universidad Ben Gurion y en 1996 publicó un análisis de los fragmentos iniciales de algunas novelas de Gógol, Kafka, Chéjov y Carver, entre otros, con el título ‘La historia comienza’.

-Los artículos sobre literatura y escritores de Javier Marías se han reunido en dos volúmenes, ‘Literatura y fantasma’ y ‘Vidas escritas’. ‘Si yo amaneciera otra vez’ y ‘Desde que te vi morir’ son homenajes a Faulkner y a Nabokov, respectivamente.

-Los ensayos sobre literatura de Virginia Woolf fueron publicados en dos recopilaciones con el título ‘El lector común’, de 1925 y de 1932. En 2005, Seix Barral publicó una selección del resto de su obra ensayística en ‘Horas en una biblioteca’, traducida y editada por Miguel Martínez-Lage.

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