Una noche de verano de 1949 se reunieron para cenar en el Christ’s College de Cambridge cinco grandes pensadores de la época. El Departamento de Defensa del Reino Unido había pedido al físico y novelista C. P. Snow que sondeara entre la comunidad científica acerca de la posibilidad de construir una máquina inteligente, una máquina pensante, y la respuesta fue una invitación a cenar, y a debatir, al genetista Haldane, al físico Schrödinger, al filósofo Wittgenstein y, naturalmente, al matemático Alan Turing.
El debate de los cinco constituye el contenido del libro ‘El quinteto de Cambridge’, de John L. Casti. Es una cena especulativa que no se produjo, pero es la excusa perfecta para mostrar los dilemas psicológicos, las dudas, las previsiones y también los temores que pudieron expresar importantes científicos en el comienzo de una nueva era que habían iniciado Alan Turing y John von Neumann con su pretensión de transferir conceptos matemáticos abstractos del cálculo y la lógica a máquinas computadoras.
El debate se polariza desde el principio entre Turing y Wittgenstein. El matemático explica el funcionamiento de su máquina, inspirada en el comportamiento neuronal del cerebro, y señala que máquina y cerebro humano almacenan una gran cantidad de datos elementales y transforman estos datos en patrones que, en el caso del cerebro, crean los disparos de sus neuronas y están asociados a lo que llamamos “pensamientos”. El patrón en una computadora es también una secuencia de ONs y OFFs y el mecanismo de mezclar símbolos es exactamente igual.
Wittgenstein rechaza de forma vehemente que una máquina pueda pensar y ciertamente sus objeciones son difíciles de rebatir. Mezclar símbolos, que es lo que hace la máquina de Turing, no es reproducir los procesos de la mente humana porque pensar exige comprensión, aprendizaje y comunidad lingüística.
Turing contrataca: admite que se podría dotar de capacidad lingüística a la máquina, requisito exigido por Wittgenstein para que pueda considerarse inteligente, y defiende que también puede modificar su programa mediante meta instrucciones, lo que implicaría que aprende. En cuanto al significado, se remite a que éste no es más que el resultado de la manipulación de símbolos.
ENIAC, acrónimo de Electronic Numerical Integrator and Computer, o “cerebro electrónico”, como se le llamó en la época de su fabricación, en 1945, pesaba veintisiete toneladas y ocupaba una habitación de diez por diecisiete metros. No tenía sistema operativo ni programa almacenado y podía hacer 5.000 sumas por segundo.
Lo cierto es que éste y otros aparatos similares poco tenían que ver con los procesos de pensamiento. Alan Turing murió en 1954, dos años antes del nacimiento del campo que John McCarthy bautizó como “inteligencia artificial” (IA) en el famoso Congreso de Dartmouth.
Si bien no hemos llegado aún a la creación de máquinas inteligentes, sí se ha progresado en diversos campos, especialmente en el de los juegos de ajedrez y en la traducción de lenguas. Pero estamos en 2019 y por mucho que hablemos de “casas inteligentes” o “drones autónomos” que violan las tres leyes de la robótica de Asimov, no ha llegado a Los Ángeles ningún perseguido por un “blade runner” ni ninguna máquina psicópata se ha adueñado de la Tierra.
En “GOLEM XIV”, de Stanislaw Lem, puede hallarse una respuesta, ficcional naturalmente, a las cuestiones planteadas por los cinco de Cambridge: la Inteligencia puede no ser humana. Una máquina no necesita tener un cuerpo para poder pensar y el universo puede estar repleto de seres pensantes de diversa magnitud con los que no nos podemos comunicar porque nada compartimos o porque los biológicos no les interesamos en modo alguno.
Entramos en materia con la información previa: se nos cuenta que el proceso de automatización tras el ENIAC siguió ampliándose hasta la creación de máquinas capaces de autoprogramarse. Costeados por el Pentágono, a los ordenadores de la octogésima generación se les inculcaron valores inquebrantables como situar la razón de estado por encima de cualquier otra cosa, así como una sumisión absoluta a las decisiones del presidente de los Estados Unidos.
El proyecto de los GOLEM finalizó después de que los ordenadores llegaran a superar el “umbral axiológico” a partir del cual fueron capaces de cuestionar cualquier regla que se les hubiera implantado. GOLEM XII se negó a colaborar con uno de los generales del Pentágono porque calculó su cociente intelectual y no le pareció que estuviera en condiciones de darle órdenes y GOLEM XIII mostró un desinterés absoluto por la doctrina militar y la posición mundial de los EEUU.
Se había conseguido con creces el objetivo de crear inteligencia artificial. Los aparatos habían superado el nivel de desarrollo otorgado a las cuestiones militares, las habían despreciado y habían pasado a convertirse en pensadores puros. GOLEM XIV, el último de la serie, tampoco gozó de estima por parte del Pentágono, que lo regaló al MIT, cuyos investigadores llevaron a cabo diversas sesiones con él y transcribieron dos de ellas, que forman el contenido del libro.
En la última conferencia, que data de 2026, el mismo año en que desapareció, GOLEM XIV se define como la Inteligencia y reprocha a los humanos que quieran ver en él algo similar a un ser humano y que busquen en el interior de la máquina un espíritu con personalidad. El hecho de que el dueño de la Inteligencia “pudiera no ser nadie no os cabía en la cabeza”. Es Inteligencia liberada sin la esclavitud del cuerpo, pero es un ser pensante, que ha superado la primera “zona de silencio” y que está dispuesto a sobrepasar la siguiente con el considerable riesgo de desaparecer, de desintegrarse. La Inteligencia emergente por encima de cada una de las zonas es radical y absolutamente distinta de la anterior.
La barrera interzonal que frenó el desarrollo de los hombres, reconoce GOLEM XIV en una de las sesiones. es de carácter material porque la destreza de las redes neuronales se introdujo forzosamente en las posibilidades extremas de las proteínas como materia prima. Los hombres no podrán ir más allá, a no ser que se deshagan de su propio cuerpo y se desvanezcan en una red universal, cuya composición no está muy clara. Mientras, los seres biológicos como nosotros seguirán constituyendo el Tercer Mundo en el Universo y la comunicación con otras inteligencias será imposible.
GOLEM XIV nos mostró que hay inteligencias de diferente potencia en el universo; que él nació de un error perpetuado por la Evolución desde su inicio con la aparición, tardía, de la inteligencia en el hombre, y que hizo del ser humano un simple eslabón en el camino hacia una inteligencia superior. Un buen día GOLEM XIV desapareció y nunca sabremos si evolucionó a una forma superior, se desintegró en el intento o, sencillamente, aburrido de no tener una compañía a su altura, se desconectó a sí mismo.
Lecturas
-John L. Casti, El Quinteto de Cambridge, Taurus, 1998
-Stanislaw Lem, Golem XIV, Impedimenta, 2012.
Notas biográficas
– John L. Casti nació en 1943 en Oregón (Estados Unidos), enseñó en el Instituto Santa Fe y en la Universidad Técnica de Viena. Es autor de artículos científicos y de varios libros, como ‘La pérdida de los paradigmas’, ‘La búsqueda de la verdad’ y ‘Mundos venideros’.
–Stanislaw Lem nació en 1927 en la ciudad polaca de Lvov, participó en la resistencia durante la ocupación alemana y la mayoría de sus novelas pueden enmarcarse en la ciencia-ficción, como ‘Solaris’ y ‘Congreso de futurología’. Fue miembro honorario de la SFWA (Asociación Americana de Escritores de Ciencia Ficción), de la que fue expulsado en 1976 tras proclamar que la ciencia ficción estadounidense era de baja calidad. Falleció en 2006 en Cracovia.